Salvador Pérez Martínez
Mis días en los salones de Bellas Artes fueron un grandioso caminar entre estatuas roídas por el tiempo, un escape grandioso por salones de historia y un inmiscuirse en todas las cosas. Gracias a Dios la juventud me sonreía y esa misma sonrisa yo la multiplicaba esplendorosa con toda la gracia y dulzura que me fueron propicias. Recuerdo que fue la primera vez que cometí el desliz de entrar a un baño de damas sin proponérmelo, para descubrir la sonrisa de compañeras de estudio que me reprimían la conducta con el tácito entendimiento de saberme equivocado en inocencia.
Me vi sentado en un pequeño salón de dulzuras grandiosas donde desfilaron artistas que nosotros extasiados teníamos ojos para mirar. Dentro de esa pléyade de gente consumada en la grandeza estaban mi profesor Salvador Pérez Martínez siempre con su grupo teatral la carreta dando cuerpo a un verdadero teatro de pueblo, Serbio Uribe mi adorable profesor de esgrima –el autor de la poesía coreada llamada Calíope- por el cual aprendí a tener ojos de amor por los poemas de don Pedro Mir. Allí conocí a Pololo el Julio Cesar Matías que en un momento determinado y por todas esas coincidencias locuaz de la vida nos encontró un día viniendo del malecón mojados de las aguas del Caribe y llenos de poesías y sin mirar nuestros rostros nos miro como un bando de estudiantes traviesos y nos monto en su cacharrito desvencijado.
Pololo era toda grandeza en mi país pero al conversar con él, apretujado dentro de aquel límite metálico rodante pienso que no se aceptaba dentro de lo que el mundo le cobijaba. Íbamos como parte de ese revolú grandioso Héctor Giovanni Cruz, quien al pasar los años formo parte como actor quizás de segunda y tercera en numerosas películas del cine americano que incursionaba en nuestro país pero que al final logro un papel en “Perico Ripiao”. Giovanni era hijo de una amable señora que había sido gobernadora de Nagua cuando Balaguer empezó a repartir oportunidades de gobierno a las mujeres en Republica Dominicana. Iba Nadime Nader, la que por un momento hizo explosión dentro de la televisión dominicana, Rosy la que fue novia del profesor Uribe, y que luego protagonizo algunos comerciales, íbamos muchos otros que lamentablemente la memoria no precisa.
Afortunadamente salve dentro del bolsillo un poemario de “Sócrates Barinas Coiscous que me había regalado Frank quien ahora es médico y para aquel entonces tenía amores con la negra más hermosa que ojos hayan visto, mi gran amiga y compañera de artes: Ruth la que en un ensayo de melodrama me reclamo frente al novio haberla mojado en beso teatral.
No puedo olvidar aun al profesor Carlos Lebrón Sabiñón, culto actor y declamador que para aquel entonces había finalizado estudios teatrales en España. Este señor nos llevo un día a ser participes de una bohemia donde disfrutamos de un trovador maravilloso que hacia magia con las cuerdas de la guitarra y que lamento no poder recordar su nombre, toda una gloria de patio yo llamaría a este virtuoso de las cuerdas que nunca trascendió a pesar de la enormidad de su arte.
Margarita Contín Aybar- hermana del afamado escritor y crítico de arte dominicano don Pedro René Contín Aybar- la dulce profesora de gramática que nos corregía con todo el amor del mundo Algunas veces y dentro de la monumentalidad de aquel hermoso edificio escapábamos a ver los ensayos de la filarmónica y nos extasiábamos dentro de las aulas de pintura robándonos cada detalle magistral que el profesor Cándido Bido’ gloria de la pintura dominicana impartía como clase diaria a sus alumnos. En otras ocasiones participábamos de los ensayos para el festival anual de la canción dominicana donde vimos entre otras cosas nacer la canción Por Amor del maestro Solano y las reuniones de toda una pléyade de artistas de la época como Ángela Carrasco, quien jovencita caminaba siempre de la mano de su madre, Niní Cáfaro y en fin todo un firmamento criollo. Caminar aquel edificio era descubrir y redescubrir todo un mundo maravilloso y lleno de gracia artística.
Bellas Artes aun vive en mi memoria con Salvador Pérez Martínez porque en esa alucinación estudiantil de descubrirlo todo Salvador junto a la profesora Lucia Castillo eran los declamadores por excelencia más lucidos y perfectos en el manejo del idioma, y también en las inflexiones verbales, verdaderos actores que sabían darle elegancia y sonoridad a las palabras. Dentro de un país dividido por los extremos de una educación pobre rayando en la mediocridad y los otros con ansias de superación enfilada dentro del camino de descubrir algo nuevo bellas Artes contaba con gente realmente preparadas al máximo.
Como olvidar a Niní Germán, y no sentirme pasando un examen sobrepasado de orgullo ante aquella dulce secretaria del palacio de bellas artes, la dama esplendorosa española que junto a su esposo emigraron a Santo Domingo y dieron vida al teatro dominicano; la señora Antonia Blanco Del monte frente a la cual tengo por haber pasarle su examen con sobradas excelencias frente a los ojos de mi padre quien fue que me asistió al momento. Ante doña Antonia lucí respuestas inolvidables y recite a todos los poetas que ella me propuso, con satisfacción y de manera espontanea. Recordar es revivir y este encuentro por facebook con “El Pera” revive nostalgias extraordinarias en mi vida. Un abrazo fuerte adorable profesor y que Dios le dé larga vida y la salud necesaria para el disfrute de los días.
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